El pasado sábado, primero de diciembre, tuvimos un taller de yoga en familia. Todo estaba listo para terminar la mañana pintando juntos un bonito árbol de Navidad.
Las manitas y deditos no pararon en el papel, también en la ropa y en alguna que otra silla que hubo que limpiar luego.
Por un momento quise poner un poco de orden para que quedara un árbol más bonito. Sin embargo me paré a observar y así pude ver el entusiasmo que estaban poniendo todos en su obra de arte conjunta. Olvidé entonces mi absurda preocupación de adulto por la perfección. El resultado puede que no parezca un árbol de Navidad y se aleja de aquello que yo tenía en mente. Y qué? Nos ensuciamos todos, participamos todos con ilusión y disfrutamos plenamente del proceso. De eso se trata.
Ese es el deseo que quiero compartir para estás Navidades, en la práctica de yoga y en el planteamiento de nuestros propósitos para el año nuevo.
Qué encendamos la luz para ver con claridad lo que tenemos delante cada minuto de nuestra vida, que esa luz ilumine nuestros propósitos y que no se apague durante ningún segundo de nuestro camino hacia ese propósito.
Que sepamos ver la luz en lo que hacen los demás y que sin perder la nuestra dejemos que nos ilumine la luz del otro y que si al final del camino el resultado no se parece al propósito inicial, nos quedemos con algo mucho más valioso: la satisfacción y las enseñanzas del camino andado.
Qué no nos preocupe ni moleste mancharnos por el camino porque son las manchas la prueba de que estamos viviendo con plenitud.
Qué tiene que ver todo esto con el yoga? Todo. Disfrutar la práctica de cada día. Es una pena que a veces el estilo de yoga Iyengar nos lleve casi a la obsesión por la perfección.
La precisión no pretende perfección sino plena conciencia, vivir plenamente el proceso que se está desarrollando en nuestro organismo y en nuestro ser, aprender, ser testigos, descubrir, despertar, esclarecer, iluminar.
B.K.S. Iyengar solía decir que abordaramos cada postura desde la frescura, por sencilla que fuese y por muchas veces que la hubiésemos repetido que lo hiciésemos como si fuera la primera vez atendiendo a las sensaciones del momento presente.
La práctica nunca se hace monótona si nosotros no lo somos. Cuando mi hijo termina el día sucio y a menudo con los pantalones rotos me cuesta trabajo limpiar y poner rodilleras pero sé que ha vivido su día plenamente. Los niños aprenden jugando y ensuciandose y nosotros adultos también.
Felices fiestas y feliz práctica